El día es caluroso, siente la resequedad en sus labios, y el sudor de su frente es abundante, echa mano de su odre para saciar su sed, y seca su rostro. En el monte Horeb corre una brisa que mitiga en algo el bochorno del día.
Mira a su alrededor y viejos recuerdos aparecen en su mente; los manjares exquisitos, los juegos y las niñeras del palacio, el lujo y la pompa que deslumbran a los visitantes del Faraón. Mira hacia el suelo y sonrié con algo de incertidumbre, esas imágenes pasadas, contrastan demasiado con lo que ahora ve a su alrededor.
-¿Que hago aquí?- Se pregunta.
Tenía un buen trabajo, buena posición social, buena proyección laboral, y ahora...?
Estoy en este monte, lidiando con ovejas que ni siquiera son mías, sin ninguna posibilidad de ascenso, encerrado en la rutina de cuidar a este rebaño... exhala un suspiro y no puede evitar sentirse más solitario que nunca.
Todos estos pensamientos son interrumpidos cuando se percata que una de sus ovejas, se esta alejando demasiado del rebaño, rápidamente corre detras de ella para traerla de regreso, y de repente, se da cuenta que no está solo, <<él no lo sabía pero nunca ha estado solo>>.
Algo a la distancia llama su atención. la curiosidad lo invade, hace tanto tiempo que no sucede algo novedoso en su vida, se frota los ojos varias veces, ¿será posible? -he visto muchas zarzas arder, pero ninguna como esta- piensa en voz alta, tal vez presiente, que alguien está escuchándolo.
La zarza lo invita a acercarse, pues lleva rato ardiendo en fuego pero no se consume, no es normal que esto suceda, ya debería estar completamente calcinada. -Tengo que mirar de cerca- dice.
Apenas esta a unos cuantos metros del fenómeno, cuando alguien le grita a través de la Zarza,
-¡Detente!-
Aunque, no entiende bien lo que está sucediendo, se atreve a responder: -¡Que pasá, Señor!-
-¡No te acerques más! ¡quitate las sandalias porque estás en mi presencia!-
Dios se le presenta a Moisés y habla con él, le hace saber
LA MISIÓN que tiene, y por la cual ha tenido que estar en el desierto, por tantos años. No se le aceptan excusas, ¡ERES TÚ! y para eso te he estado preparando.
Luego de muchos años, Moisés, ha cumplido su misión de liberar al pueblo Israelita, no ha sido una tarea fácil, pero lo ha conseguido; las lecciones aprendidas en el desierto con las ovejas de su suegro, le dieron la paciencia necesaria para soportar la dureza del corazón del pueblo.
Tantos milagros realizados por Dios a través suyo, le han dado la confianza necesaria para entender que vale la pena confiar plenamente en Dios; Dios hará lo que sabe hacer, aunque a veces se tenga que pasar por el desierto, aunque se esté en un lugar donde no hay agua, aunque falte la comida, aunque se esté rodeado de enemigos, Dios siempre tendrá una respuesta.
Ha cruzado varias veces el desierto, algunas en tiempos pasados con las ovejas de su suegro y una última con la multitud liberada. Todo esta preparado para la conquista; en su corazón una vieja incertidumbre lo visita, es la misma incertidumbre que sintio años atras en el momento antes de encontrarse con Dios en la Zarza, pero... el motivo es diferente. -Hasta aqui llegas Moisés- le habla el siempre fiel amigo. Moisés no replica nada y asiente con humildad la decisión tomada.
Es el día primero del mes Sabat, Moisés le habla al pueblo al este del Jordan, les recuerda que TODO por lo que han tenido que pasar, tiene un propósito y es HACERLES BIEN EN EL FUTURO.