Ayer en la mañana, mi hija Linda, quien tiene nueve años, sufrió un accidente en casa; resbaló en el baño y se hizo una herida más bien profunda en su barbilla.
Estábamos alistándonos para irnos a la Escuela Dominical, pero a raíz del suceso, me dirigí con mi hija hacia el hospital más cercano. Allí le hicieron la curación correspondiente y cuando nos disponíamos a regresar a casa, mi hija y yo presenciamos una escena muy triste y desgarradora, que es la que realmente me motivo a escribir.
Llegaron varios autos de servicio público uno tras otro, cada uno con un paciente con heridas de bala. El primero era de unos diecisiete años aproximadamente y tenía una impacto en el tobillo, el segundo tenía más o menos unos treinta y seis años y estaba herido en una pierna; pero el tercero, el tercero se trataba de un joven de unos veinte años, era quién más grave estaba, un impacto en el abdomen le había perforado su estomago, la bala había salido por su espalda y sus entrañas se estaban derramando. Lo miré atentamente y vi en su rostro el dolor y la agonía de la muerte, sus ojos ya opacos y su cara cianótica evidenciaban el crítico estado en que se encontraba.
En un segundo me sobrecogió una profunda tristeza por aquel joven, traté de decirle algo, pero lo entraron rápidamente, sin embargo en un instante sus ojos se clavaron en los míos y tal vez en la angustia, sin poder hablar, con sus ojos pedía a gritos auxilio para no morir. Yo sabía que tenía dentro de mí, lo que él necesitaba, ¡Jesús es quien da vida en abundancia!, pensé; por un momento dudé y... me quedé callado.
Le dije a mi hija, que eso era el producto de lo que el mundo ofrecía, muerte, angustia y destrucción, le aconseje que nunca se apartara de Cristo y salimos rumbo a nuestro hogar.
En la tarde prediqué en el servicio evangelístico, un sermón acerca de que Jesús sacia la sed que hay en el ser humano. Dios habló, y unos jóvenes pasaron al altar a entregar sus vidas al Señor, algunos de ellos con lágrimas en sus ojos; me sentí feliz de ver la obra de Dios en la vida de estos jóvenes. Pero de regreso a casa, recordé aquel joven del hospital, -¿habría muerto?- me pregunté, volví a sentir tristeza, -hubiera podido decirle algo- , pero -¡no, ya era muy tarde!- me dije en mi corazón. Luego pensé: ¿cuantos tuvieron la oportunidad de hablarle de Jesús a este joven y no lo hicieron?; algún amigo del colegio, algún compañero de trabajo o simplemente algúno que fuera su vecino, Yo mismo tuve la oportunidad de hablarle de Jesús en un último momento y decidí no hacerlo... O... tal vez alguien si le habló y el decidió no aceptar. ¡En fin! muchos pensamientos llenaron mi cabeza.
Saben? a veces, nos sentamos a disfrutar de los triunfos y bendiciones que Dios nos da, nos detenemos a admirar lo que Dios puede hacer a través de nosotros y nos olvidamos de que todavía hay un mundo por salvar, segundo a segundo mueren miles de personas sin salvación, cuantas personas llenas de oscuridad pasan a nuestro lado diariamente, y nosotros somos LUZ, cuantas personas tienen contacto con nosotros, ya sea por negocios, amistad, trabajo, diligencias bancarias, salud, entre otros, ¡todos los días! y la mayoría de ellos se van sin que nosotros les hayamos hablado de JESÚS...